CARLOS MARX: HISTORIA DE SU VIDA (XXIV)

CARLOS MARX: HISTORIA DE SU VIDA (XXIV) 1 La entrega de esta semana de la Biografía de Carlos Marx escrita por Franz Mehring, corresponde a la segunda parte del Capítulo IX y hace referencia a tres personajes con los cuales Marx y Engels colaboraron; de ellos, Harney y Jones fueron destacados dirigentes de la fracción revolucionaria del movimiento de los cartistas, el primer movimiento político proletario.


LA GUERRA DE CRIMEA Y LA CRISIS

2. DAVID URQUHART, HARNEY Y JONES

A la vez y en idéntico sentido que en el New York Tribune, Marx colaboraba en el periódico de Urquhart y en los órganos cartistas.

David Urquhart era un diplomático inglés que había conquistado cierto prestigio, gracias a su conocimiento profundo de los planes rusos para hegemonizar el mundo y las campañas incansables que librara contra ellos; pero estos méritos se veían contrarrestados por su fanática rusofobia y su igualmente fanático entusiasmo por la causa turca. A Marx se lo ha tildado muchas veces de urquhartista, pero sin razón; tanto él como Engels siempre resaltaron más las exageraciones pintorescas de aquel hombre que sus verdaderos méritos. La primera vez que Engels lo menciona, en marzo de 1853, es para decir sobre él: «tengo en mi casa al Urquhart ese que presenta a Palmerston como a sueldo de Rusia. El tema se explica fácilmente: se trata de un escocés celta, con la cultura propia de un escocés sajón, romántico por sus tendencias y por su formación librecambista. El buen hombre se plantó en Grecia como filohelénico, y después de rondar tres años entre turcos se fue a Turquía, donde se le encendió el entusiasmo por esta nación. Está entusiasmado con el islam y profesa el siguiente principio: si yo no fuese calvinista, no sería más que mahometano». Engels, como se ve, encontraba el libro de Urquhart mera y extremadamente gracioso.

El punto de contacto entre Marx y Urquhart era la campaña contra Palmerston. Marx había publicado en el New York Tribune un artículo contra este ministro que, reproducido por un periódico de Glasgow, llamó la atención de Urquhart, y en febrero de 1853 este tuvo una entrevista con Marx, en la que lo recibió con el elogio de que sus artículos eran tan excelentes que parecían escritos por un turco. Como Marx replicó que él era «revolucionista», Urquhart sufrió una gran decepción, debido a que una de sus mantras era que todos los revolucionarios europeos servían, consciente o inconscientemente, a la causa del zarismo, creándoles dificultades a los gobiernos de Europa. «Es un verdadero monomaniaco», le escribía Marx a Engels, comentando la entrevista. Y añadía que no estaba de acuerdo con él en nada, y que así se lo había dicho, fuera del asunto Palmerston, tema en el que el hombre tampoco había precisado de su colaboración.

No conviene, sin embargo, tomar estas manifestaciones confidenciales tan al pie de la letra. Marx, por muchas que fueran sus críticas, reconoció públicamente en repetidas ocasiones los méritos de Urquhart, y no se moderó tampoco para decir que, si bien éste no lo había convencido, había influido bastante en él. Era natural, entonces que no pusiera reparo para entregar de vez en cuando un artículo para el periódico de Urquhart, el Free Press de Londres, dando su consentimiento, asimismo, para que difundiera en tiradas aparte algunos de sus trabajos para el New York Tribune. Estos panfletos contra Palmerston, de los que se hicieron varias tiradas de 15 y hasta 30 mil ejemplares, produjeron una gran sensación. Pero lo cierto es que Marx no sacó del escocés Urquhart más utilidad que del yanqui Dana.

Era casi imposible que hubiese una relación permanente entre ambos, por el hecho de que Marx era cartista, movimiento al cual Urquhart odiaba doblemente, en tanto librecambista y rusófobo, debido a que percibía en toda expresión revolucionaria el sonido del rublo. El cartismo no se repuso nunca de la fuerte derrota que sufriera el 10 de abril de 1848, pero mientras sus restos lucharon por revivir, Engels y Marx los apoyaron leal y valientemente, colaborando de un modo desinteresado en los órganos dirigidos por Jorge Julián Harney y Ernesto Jones: el Red Republican, el Friend of the People y la Democratic Review, que dirigía el primero, y las Notes of the People y el People’s Paper, redactados por el segundo; todos periódicos de corta vida, menos el último, que se sostuvo hasta 1858.

Harney y Jones integraban la fracción revolucionaria del cartismo y eran de los elementos menos contaminados por la cerrazón insular de horizontes; tenían un papel directivo en la agrupación internacional de los Fraternal Democrats. Harney era hijo de marineros, formado en un contexto proletario; se había educado revolucionariamente en la literatura francesa y veía en Marat a su ideal. Tenía un año más que Marx y, por los tiempos en los que este dirigía la Gaceta del Rin, trabajaba en la redacción del Northern Star, órgano principal del cartismo. Aquí lo conoció en el año 1843 Engels, a quien Harney describió como «un hombre alto, de una juventud casi adolescente, que ya entonces hablaba un inglés maravillosamente correcto». En 1847. Harney conoció también a Marx y se unió a su círculo con mucho entusiasmo.

Su Red Republican publicó una traducción al inglés del Manifiesto Comunista, junto a una nota al píe que decía que era el documento más revolucionario que había conocido el mundo. Su Democratic Review, en tanto, tradujo los artículos de la Nueva Gaceta del Rin sobre la Revolución Francesa, presentándolos como la «verdadera crítica» de los hechos de Francia. Pero pronto habría de retornar a su primer amor, en medio del conflicto de la emigración, separándose violentamente de Jones, de Marx y de Engels. Poco después, trasladó su residencia a la isla de Jersey, para pasar luego a los Estados Unidos, donde Engels lo visitó en el año 1888. Algún tiempo después, retornó a Inglaterra, donde murió a una edad avanzada como último testigo de una gran época.

Ernesto Jones descendía de un viejo linaje normando, aunque había nacido y sido educado en Alemania, donde residía su padre como agregado militar del duque de Cumberland, que habría de ser más tarde el rey Ernesto Augusto de Hannover. Este archirreaccionario, a quien la prensa inglesa acusaba de todos los crímenes, con la sola excepción del de suicidio, sacó de la fila al hijo de su agregado militar, pero sin que este padrinazgo ni las relaciones palaciegas de su familia dejaran una huella profunda en el niño. Ya de muchacho dio pruebas de una indomable libertad de espíritu, y de hombre supo resistir todas las tentativas que se hicieron para apresarlo en cadenas de oro. Contaría con unos veinte años cuando su familia retornó a Inglaterra, donde se consagró a las leyes y obtuvo el título de abogado. Sin embargo, sacrificó el porvenir que le aseguraban su gran talento y las relaciones aristocráticas de su familia para abrazar la causa del cartismo, y la defendió con tanto celo que en el año 1848 fue condenado a dos años de prisión. Como castigo por haber traicionado a su clase, sufrió el trato de los delincuentes comunes, pero salió de la celda sin corregirse, y desde el verano de 1850 mantuvo un trato constante con Marx y Engels —por su edad, ocupaba un lugar intermedio entre los dos— que duró cerca de veinte años.

Es cierto que tampoco esta amistad dejó de empañarse en algunos momentos: fueron desacuerdos semejantes a los que enturbiaron las relaciones con Freiligrath, de quien Jones era afín por su talento poético, o con Lassalle, que merecía de Marx un juicio semejante, aunque mucho más severo todavía, al formulado por él acerca de Jones en 1855: «A pesar de toda la energía, perseverancia y dinamismo que hay que reconocer en Jones, lo desperdicia todo con su griterío, su falta de tacto para atrapar todos los pretextos posibles de agitación y su afán inquieto por anticipar las cosas». Más tarde, cuando al disminuir incesantemente la agitación cartista, Jones se fue acercando al radicalismo burgués, habrían de sobrevenir choques aún más fuertes.

Pero, en el fondo, fue una amistad auténtica y sincera. En los últimos años, Jones vivió en Manchester practicando la abogacía donde murió inesperadamente, en 1869, en la plenitud de sus fuerzas. Engels comunicó la triste noticia a Londres, con unas cuantas líneas de condolencia: «¡otro de los de la vieja guardia que se nos va!» Marx contestó: «La noticia ha producido una profunda pena en esta casa, naturalmente, pues era uno de los pocos viejos amigos». Unos días después Engels anunciaba que una gran procesión había acompañado su entierro, en el mismo cementerio en el que descansaba otro de los integrantes de la vieja guardia, Guillermo Wolff. «¡Fue una verdadera pérdida!», añadía. Después de todo, sus frases burguesas no habían sido más que pura hipocresía, y —terminaba— entre los políticos era el único inglés culto que había abrazado de lleno y verdaderamente la causa revolucionaria.

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