NUESTRAS TAREAS Y NUEVAS FUERZAS

NUESTRAS TAREAS Y NUEVAS FUERZAS 1

Publicamos el artículo de Lenin Nuestras Tareas y Nuevas Fuerzas, escrito meses antes de la insurrección de diciembre de 1905, cuando el Partido Bolchevique aún estaba en formación y por tanto, podría decirse que no estaba lo suficientemente preparado para conducir a los obreros a la conquista del poder político. Como todos sabemos, la revolución de 1905 no coronó la victoria y el movimiento fue aplastado.

Sin embargo, es una magnífica experiencia que sirve de lección, no para copiar lo que hicieron o no los bolcheviques, sino para aprender el método y el enfoque con que Lenin abordó el problema. Algo muy a propósito de lo que se decía en el documento Los Desafíos del proletariado Revolucionario en Tiempos de Pandemia publicado en julio: “Una actuación que exige romper con la concepción estrecha del evolucionismo, elevar la comprensión del desarrollo de las contradicciones en los próximos meses y asimilar las recomendaciones de Marx en cuanto a la táctica: “En desarrollos de tal magnitud, veinte años son más que un día, aun cuando en el futuro puedan venir días en que estén corporizados veinte años”. No olvidar que el periodo revolucionario que se avecina se diferencia de los periodos ordinarios y cotidianos, lo cual exige acelerar los preparativos en todos los órdenes para que los comunistas, puedan cumplir su condición de vanguardia.”


El desarrollo del movimiento obrero de masas en Rusia, ligado con el de la socialdemocracia, se caracteriza por tres notables transiciones. La primera va de los estrechos círculos propagandísticos a la amplia agitación económica entre las masas; la segunda, a la agitación política a gran escala y a las manifestaciones públicas en las calles; la tercera, a una verdadera guerra civil, a la lucha revolucionaria directa, a la insurrección armada del pueblo. Cada una de estas transiciones estuvo preparada, de un lado, por el esfuerzo del pensamiento socialista en una dirección primordial y, de otro, por los profundos cambios operados en las condiciones de vida y en toda la psicología de la clase obrera, por el despertar de nuevos y nuevos sectores de la misma a una lucha más consciente y activa. Estos cambios se producían a veces sin ruido; el proletariado reunía fuerzas entre bastidores, de modo imperceptible, decepcionando a menudo a los intelectuales de la solidez y vitalidad del movimiento de las masas. Luego se llegaba a un punto crucial, y todo el movimiento revolucionario parecía elevarse de golpe a una fase nueva, superior. Al proletariado y su destacamento de vanguardia, la socialdemocracia, se les planteaban tareas prácticamente nuevas; para cumplirlas brotaban como por ensalmo las nuevas fuerzas que, la víspera de llegar al punto crucial, nadie sospechaba que existieran. Pero eso no ocurría de pronto, ni sin vacilaciones, ni sin lucha de tendencias en el seno de la socialdemocracia, ni sin retornar más de una vez a las viejas concepciones, que se creían caducas y sepultas hacía tiempo.

Uno de esos períodos de vacilaciones es el que está cruzando hoy día la socialdemocracia en Rusia. Hubo un tiempo en que el tránsito a la agitación política se abría paso a través de teorías oportunistas, en que se temía que no hubiese fuerzas suficientes para cumplir las nuevas tareas y se justificaba el rezago que llevaba la socialdemocracia de las demandas del proletariado, repitiendo con desmedida frecuencia la palabra “clasista” o interpretando de manera seguidista la actitud del partido ante la clase. La marcha del movimiento barrió todos esos temores debidos a la miopía y todas esas concepciones atrasadas. Actualmente, su acrecido empuje va acompañado otra vez, aunque en una forma algo distinta, de la lucha contra los círculos y las corrientes caducos. Los de Rabócheie Dielo han reencarnado en los de la nueva Iskra. Para adaptar nuestra táctica y nuestra organización a las nuevas tareas es preciso vencer la resistencia de las teorías oportunistas del “tipo superior de manifestaciones” (plan de la campaña de los zemstvos) o de la “organización-proceso”, es preciso luchar contra el temor reaccionario a “señalar fecha” para la insurrección o a la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos. El atraso que la socialdemocracia lleva de las demandas imperiosas del proletariado vuelve a justificarse, repitiendo con inmoderada frecuencia (y poco seso muy a menudo) la palabra “clasista” y quitando importancia a las tareas del partido con relación a la clase. De nuevo se abusa de la consigna de “iniciativa obrera”, dando preferencia a las formas inferiores de actividad y haciendo caso omiso de las formas superiores de la verdadera acción socialdemócrata y de la auténtica iniciativa revolucionaria del proletariado mismo.

Es indudable que la marcha del movimiento barrerá también esta vez todos esos vestigios de concepciones anticuadas y sin vida. Pero eso no ocurrirá, ni mucho menos, por la simple refutación de los viejos errores, sino, sobre todo, por la labor revolucionaria positiva para cumplir las nuevas tareas, ganar para nuestro partido las nuevas fuerzas que salen hoy en cantidad tan gigantesca en el campo revolucionario y ponerlas en juego. Estas son las precisas cuestiones de la actividad revolucionaria positiva que deben constituir el objeto principal de las labores del III Congreso, próximo a celebrarse; en ellas justamente deben centrar ahora sus pensamientos tanto en el plano local como general de trabajo todos los miembros de nuestro partido. Hemos dicho ya muchas veces a grandes rasgos cuáles son las nuevas tareas que nos esperan: ampliar la agitación para que llegue a nuevos sectores pobres de la ciudad y del campo; crear una organización más vasta, dinámica y fuerte; preparar la insurrección y armar al pueblo, concertando para ello un acuerdo con la democracia revolucionaria.

Las noticias sobre las huelgas generales en toda Rusia, así como sobre las huelgas y el espíritu revolucionario de la juventud, de los intelectuales democráticos en general y hasta de numerosos sectores de la burguesía evidencian de manera elocuente cuáles son las nuevas fuerzas que pueden cumplir estas tareas. La existencia de fuerzas frescas tan inmensas y la plena seguridad en que incluso la actual efervescencia revolucionaria, nunca vista en Rusia, abarca todavía sólo a una pequeña parte de la gigantesca reserva del material inflamable implícito en la clase obrera y en el campesinado constituyen la completa y absoluta garantía de que las nuevas tareas pueden ser y serán cumplidas sin falta. El problema práctico que tenemos planteado consiste, ante todo, en cómo utilizar, orientar, agrupar y organizar precisamente estas nuevas fuerzas, en cómoconcentrar precisamente la labor socialdemócrata, sobre todo, en las nuevas tareas supremas que plantea el momento, sin olvidar en modo alguno las viejas y habituales tareas que se nos plantean y plantearán mientras subsista el mundo de la explotación capitalista. Para esbozar algunos modos de resolver este problema práctico, empecemos por un ejemplo parcial, pero muy típico, a juicio nuestro. No hace mucho, en vísperas del comienzo de la revolución, la revista liberal burguesa Osvobozhdenie (núm. 63) trató el problema del trabajo de organización de la socialdemocracia. Examinando atentamente la lucha de las dos tendencias de la socialdemocracia, Osvobozhdenie no perdió la ocasión de aprovecharse una vez más del viraje de la nueva Iskra hacia el “economismo” y de subrayar (con motivo del folleto demagógico deRabochi) su simpatía de hondo arraigo en los principios por el “economismo”. El órgano liberal observó con tino que de este folleto (véase lo que se dice de él en el núm. 2 de Vperiod) se desprende la negación o el empequeñecimiento ineludibles del papel de la socialdemocracia revolucionaria. Y a propósito de las afirmaciones erróneas por completo de Rabochi sobre la supuesta preterición de la lucha económica después de la victoria de los marxistas ortodoxos,Osvobozhdenie dice:

“La ilusión de la socialdemocracia rusa contemporánea estriba en que teme el trabajo cultural, las vías legales, el “economismo” y las llamadas formas no políticas del movimiento obrero, sin comprender que sólo el trabajo cultural y las formas legales no políticas pueden crear una base lo suficiente sólida y amplia para un movimiento de la clase obrera que merezca llamarse revolucionario”. Y Osvobozhdenie aconseja a sus adeptos “tomar la iniciativa para crear un movimiento obrero sindical”, no contra la socialdemocracia, sino con ella, tendiendo al paso un paralelo a las condiciones del movimiento obrero alemán en la época de la Ley de excepción contra los socialistas.

Este no es el sitio apropiado para hablar de ese paralelo, profundamente erróneo. Es necesario, ante todo, restablecer la verdad sobre la actitud de la socialdemocracia ante las formas legales del movimiento obrero. “La legalización de asociaciones obreras no socialistas y no políticas ha comenzado ya en Rusia”, se decía el año 1902 en ¿Qué hacer?. “Y nosotros no podemos dejar ya de tener en cuenta esta corriente”. Allí se pregunta cómo tenerla en cuenta y se responde indicando la necesidad de desenmascarar no sólo las doctrinas zubatovianas, sino todas las prédicas liberales de la armonía a propósito de la “colaboración de clases” (Osvobozhdenie, al invitar a los socialdemócratas a la colaboración, reconoce plenamente la primera tarea y silencia la segunda). “Pero hacer todo esto ―se dice más adelante― no significa en absoluto olvidar que, en fin de cuentas, la legalización del movimiento obrero nos beneficiará a nosotros, y no, en modo alguno, a los Zubátov”. Separamos la cizaña del trigo, desenmascarando a los Zubátov y al liberalismo en las reuniones legales. “El trigo está en interesar en los problemas sociales y políticos a sectores obreros aún más amplios, a los sectores más atrasados; en liberarnos nosotros, los revolucionarios, de funciones que son, en el fondo, legales (difusión de libros legales, socorros mutuos, etc.) y cuyo desarrollo nos proporcionará, de manera ineluctable y en cantidad creciente, hechos y datos para la agitación”.

De aquí se desprende con claridad que, en cuanto al “temor” a las formas legales del movimiento, es Osvobozhdenie la que ha sido víctima de una “ilusión”, y nadie más. Los socialdemócratas revolucionarios no sólo no temen estas formas, sino que señalan abiertamente la existencia decizaña y trigo en ellas. Con sus razonamientos, Osvobozhdenie no hace, por consiguiente, más que encubrir el temor real (y fundado) de los liberales a que la socialdemocracia revolucionaria desenmascare la naturaleza de clase del liberalismo.

Pero lo que nos interesa, sobre todo desde el punto de vista de las tareas actuales, es cómo descargar a los revolucionarios de una parte de sus funciones. Precisamente el momento que estamos atravesando de comienzo de la revolución imprime a este problema una actualidad y una amplitud singulares. “Cuanto más energía pongamos en la lucha revolucionaria tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar una parte de la labor “sindical”, desembarazándonos así de parte de la carga que pesa sobre nosotros”, se decía en ¿Qué hacer? Pero una enérgica lucha revolucionaria nos desembaraza de “parte de la carga que pesa sobre nosotros”, no sólo siguiendo este camino, sino otros muchos. El momento que estamos atravesando no sólo ha “legalizado” mucho de lo que antes estaba prohibido. Ha ampliado tanto el movimiento que hoy es corriente, habitual y accesible para las masas, incluso al margen de la legalización oficial, mucho de lo que antes se consideraba, y así lo era, al alcance sólo de un revolucionario. Toda la marcha histórica del desarrollo del movimiento socialdemócrata se caracteriza por conquistar contra viento y marea una libertad de acción cada vez más amplia, pese a las leyes del zarismo y a las medidas de la policía. El proletariado revolucionario parece rodearse de cierta atmósfera, inasequible para el gobierno, de simpatía y apoyo tanto entre la clase obrera como entre las demás clases (que, claro está, sólo hacen suya una pequeña parte de las reivindicaciones de la democracia obrera). En los comienzos del movimiento, los socialdemócratas tenían que cumplir múltiples tareas de puro carácter cultural y aplicar sus energías casi exclusivamente a la agitación económica. Pero en la actualidad va pasando cada día más una función tras otra a manos de las nuevas fuerzas y de sectores más amplios, que van siendo incorporados al movimiento. Las organizaciones revolucionarias venían concentrando en sus manos cada día más la función de la verdadera dirección política, la función de señalar las deducciones socialdemócratas dimanantes de las manifestaciones de protesta obrera y descontento popular. Al principio teníamos que enseñar a los obreros el abecé en el sentido directo y figurado de la palabra. Ahora, el nivel de instrucción política se ha elevado en proporción tan gigantesca que podemos y debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en los fines socialdemócratas más inmediatos de la dirección organizada del torrente revolucionario. Ahora, los liberales y la prensa legal ejecutan una inmensidad de la labor “preparatoria” que venía ocupando hasta la fecha demasiado nuestras fuerzas. Ahora se ha extendido tanto la propaganda pública, no perseguida por el debilitado gobierno, de las ideas y reivindicaciones democráticas que hemos de amoldarnos a la envergadura completamente nueva del movimiento. Es natural que en esta labor preparatoria haya cizaña y trigo; es natural que los socialdemócratas tengan que prestar ahora cada vez más atención a la lucha contra la influencia de la democracia burguesa en los obreros. Pero una labor así entrañará mucho más contenido verdaderamente socialdemócrata que nuestra anterior actividad, orientada sobre todo a despertar a las masas inconscientes en el aspecto político.

Cuanto más se amplía el movimiento popular, tanto más se descubre la verdadera naturaleza de las diferentes clases, tanto más urgente es la tarea del partido de dirigir a la clase, de ser su organizador, y no marchar a la zaga de los acontecimientos. Cuanto más se desarrolla por doquier la iniciativa revolucionaria de toda índole tanto más evidentes son la vacuidad y la carencia de sentido de las palabrejas a lo Rabócheie Dielo sobre la iniciativa en general, repetidas de tan buen grado por cualquier vocinglero, tanto más resalta la importancia de la actividad socialdemócrata independiente y tanta más iniciativa revolucionaria exigen de nosotros los acontecimientos. Cuanto más amplios son los nuevos torrentes del movimiento social que van brotando, tanto mayor importancia adquiere una fuerte organización socialdemócrata que sepa abrirles nuevos cauces. Cuanto más obran a nuestro favor la propaganda y la agitación democrática que hacen otros, tanto mayor importancia tiene la dirección organizada de la socialdemocracia para proteger de la democracia burguesa la independencia de la clase obrera.

Una época revolucionaria es para la socialdemocracia lo que los tiempos de guerra para un ejército. Hay que ensanchar los cuadros de nuestro ejército y pasar a éste de los contingentes de paz a los de guerra, movilizar a los reservistas, llamar a los que están de permiso para que se reintegren a sus banderas, y organizar nuevos cuerpos de ejército, destacamentos y servicios auxiliares. No se debe olvidar que en la guerra es inevitable e imprescindible reponer las bajas con reclutas menos preparados, remplazar a cada paso a oficiales por soldados, acelerar y simplificar el ascenso de soldados a oficiales.

Hablando sin metáforas, es preciso ampliar en gran medida las organizaciones de toda índole que integran el partido o están adheridas a él para avanzar, aunque sólo sea en cierto grado, al paso del torrente centuplicado de la energía revolucionaria del pueblo. Esto no significa, por supuesto, que se deba relegar la preparación sólida y la enseñanza sistemática de los preceptos del marxismo; pero hay que tener presente que hoy revisten mucha más importancia para la preparación y adiestramiento las propias acciones de guerra, que instruyen a los bisoños justa y exclusivamente en nuestra orientación. Hay que tener presente que nuestra fidelidad “doctrinaria” al marxismo se ve afianzada hoy con las lecciones concretas que el curso de los acontecimientos revolucionarios da en todas partes a las masas, y todas estas lecciones corroboran precisamente nuestro dogma. Por lo tanto, no hablamos de renunciar al dogma, ni de atenuar nuestros recelos y nuestra desconfianza de los intelectuales sin definir y de los zascandiles revolucionarios, sino todo lo contrario. Hablamos de los nuevos métodos de enseñar el dogma, métodos que un socialdemócrata no puede permitirse olvidar. Hablamos de cuán importante es ahora aprovechar las lecciones concretas de los grandes acontecimientos revolucionarios para enseñar, no ya a los círculos, sino a las masas, nuestras viejas lecciones “dogmáticas” sobre la necesidad, por ejemplo, de unir en la práctica el terrorismo con la insurrección de las masas y de que tras el liberalismo de la sociedad instruida rusa es preciso saber distinguir los intereses de clase de nuestra burguesía (véase la polémica sobre esta cuestión con los socialistas-revolucionarios en el número 3 de Vperiod).

O sea, que no se trata de debilitar nuestras exigencias socialdemócratas ni nuestra intolerancia ortodoxa, sino de reforzar lo uno y lo otro por nuevos derroteros, con nuevos métodos de instrucción. En tiempos de guerra es preciso instruir directamente a los reclutas en las acciones militares. ¡Asimilad, pues, con más ánimo los nuevos métodos de instrucción, camaradas! ¡Formad con más audacia nuevas y nuevas huestes, enviadlas al combate, reclutad a más jóvenes obreros, ensanchad el marco habitual de todas las organizaciones del partido, comenzando por los comités y terminando por los grupos de fábrica, los sindicatos de taller y los círculos estudiantiles! No olvidéis que toda tardanza nuestra en esta obra redundará en beneficio de los enemigos de la socialdemocracia, pues las nuevas corrientes buscan salida en el acto, y si no encuentran el cauce socialdemócrata, fluirán hacia otros. Tened presente que cada paso práctico del movimiento revolucionario enseñará sin falta, de manera inexorable, a los jóvenes reclutas, precisamente la ciencia socialdemócrata, puesto que esta ciencia se basa en la apreciación objetiva y fidedigna de las fuerzas y tendencias de las diferentes clases, y la revolución no es otra cosa que la destrucción de las viejas superestructuras y la acción independiente de las diferentes clases, que tienden a crear a su manera otra superestructura. Mas no reduzcáis nuestra ciencia revolucionaria a dogma libresco, no la envilezcáis con frases despreciables sobre la táctica-proceso y la organización-proceso, con frases justificativas de la dispersión, de la falta de firmeza e iniciativa. Dejad vasto campo a las empresas más diversas de los grupos y círculos más distintos, sin olvidar que su acierto en la elección de camino está asegurado no sólo y no tanto por nuestros consejos como por los dictados inexorables de la propia marcha de los acontecimientos revolucionarios. Se dijo hace ya mucho que en política hay que aprender a menudo del enemigo. Y en los momentos revolucionarios, el enemigo nos impone siempre deducciones atinadas con singulares ejemplaridad y rapidez.

Resumiendo, es preciso tener en cuenta que el movimiento se ha centuplicado, el trabajo lleva un nuevo ritmo, el ambiente está más despejado y el campo de actividad se ha ensanchado. Hay que dar a todo el trabajo una amplitud completamente distinta. Es menester desplazar el centro de gravedad de los métodos de enseñanza basados en la explicación de las lecciones de los tiempos de paz a los de aprendizaje en las hostilidades. Es preciso reclutar con más audacia, amplitud y rapidez a jóvenes luchadores para las filas de todas nuestras organizaciones. Para eso es necesario crear, sin perder un instante, centenares de nuevas organizaciones. Sí, centenares, esto no es una hipérbole, y no me objetéis diciendo que ahora ya es “tarde” para dedicarse a una labor tan amplia de organización. No, nunca es tarde para organizarse. La libertad que estamos obteniendo en el terreno legal y la que estamos conquistando a despecho de la ley debemos utilizarla para multiplicar y fortalecer todas las organizaciones del partido. Cualesquiera que sean el curso y el desenlace de la revolución, por pronto que la detengan unas u otras circunstancias, todas sus conquistas reales serán sólidas y seguras únicamente en la medida en que el proletariado esté organizado.

La consigna de “¡Organizaos!” que los partidarios de la mayoría quisieron presentar en forma acabada al II Congreso del partido debe ser puesta en práctica ahora sin tardanza. Si no sabemos crear con audacia e iniciativa nuevas organizaciones, tendremos que renunciar a la vana pretensión de desempeñar el papel de vanguardia. Si nos detenemos sin aliento en los límites, formas y marcos ya logrados de los comités, grupos, reuniones y círculos, demostraremos nuestra ineptitud. Ahora surgen por doquier al margen de nosotros, millares de círculos sin programa ni objetivos concretos, por el simple efecto de los acontecimientos. Es preciso que los socialdemócratas se planteen la misión de entablar relaciones directas con el mayor número posible de esos círculos y reforzarlas, que les presten ayuda, que los aleccionen con sus conocimientos y su experiencia y les den vida con su iniciativa revolucionaria. Que todos esos círculos, exceptuados los que no quieren ser socialdemócratas, se incorporen directamente al partido o se adhieran a él. En este último caso no se debe exigir ni que acepten nuestro programa ni que entablen sin falta relaciones orgánicas con nosotros: basta el mero sentimiento de protesta, la sola simpatía por la causa de la socialdemocracia revolucionaria internacional para que esos círculos adheridos al partido se transformen, en virtud de la enérgica labor de los socialdemócratas y de la influencia de los acontecimientos, primero en auxiliares democráticos del Partido Obrero Socialdemócrata y luego en militantes suyos persuadidos.

Gente hay muchísima y nos falta gente: en esta fórmula contradictoria se manifiestan desde hace mucho las contradicciones de la vida orgánica y de las exigencias orgánicas de la socialdemocracia. Esta contradicción resalta con singular fuerza en estos momentos: con igual frecuencia se oyen desde todas partes apasionantes llamamientos a las nuevas fuerzas, quejas por la falta de gente en las organizaciones y, a la vez, se registra por doquier una gigantesca oferta de servicios y el crecimiento de fuerzas lozanas, sobre todo entre la clase obrera. Un organizador práctico que en estas condiciones se queje de la falta de hombres incurre en la misma ilusión óptica en que incurriera en el momento culminante del desarrollo de la gran Revolución Francesa madame Roland, quien escribió en 1793: “En Francia no hay hombres, no hay más que pigmeos”. A quien tal diga, los árboles le impiden ver el bosque; quien hable así confiesa que los acontecimientos lo han deslumbrado, que no es él, como revolucionario, quien los maneja en su conciencia y en su actividad, sino que son los acontecimientos los que lo manejan y lo abruman a él. A tal organizador le traerá más cuenta retirarse y ceder el puesto a las fuerzas lozanas cuya energía compensará con creces la vieja y detestable rutina.

Gente hay, nunca ha habido tanta como ahora en la Rusia revolucionaria. Jamás se vio una clase revolucionaria ante condiciones tan propicias en verdad ―en cuanto a los aliados temporales, los amigos conscientes y los auxiliares involuntarios― como las que el proletariado ruso tiene delante en nuestros días. Gente hay muchísima: lo único que se necesita es arrojar por la borda las ideas y sermones seguidistas, lo único que se necesita es dejar campo libre a la iniciativa y a la innovación, a los “planes” y a las “empresas”. Entonces seremos dignos representantes de la gran clase revolucionaria, entonces el proletariado de Rusia llevará a cabo la gran revolución rusa con el mismo heroísmo con que la ha comenzado.

Publicado el 8 de marzo (23 de febrero) de 1905 en el núm. 9 de “Vperiod”. T. 9, págs. 294-306

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