NI CON PETRO NI CON DUQUE EL PUEBLO TENDRÁ PAZ

NI CON PETRO NI CON DUQUE EL PUEBLO TENDRÁ PAZ 1

Después de la farsa del pasado 27 mayo y hasta el 17 de junio, la presidencia de la república se la disputan Petro y Duque; dos representantes del orden burgués que artificialmente se encuentran polarizados por los medios y los partidos políticos en contienda. Artificialmente polarizados, porque a pesar de sus colores y discursos, de sus reales diferencias ideológicas y políticas, los dos coinciden en lo más esencial de toda democracia burguesa: la defensa de la propiedad privada, de la execrable explotación del hombre por el hombre y del monopolio de las armas en manos del Estado. Lo demás, no son más que legítimas discusiones de segundo orden entre politiqueros.

Pese a los alegatos de sus seguidores, la paz que necesita el pueblo no vendrá con ninguno de los dos candidatos, ya que de un lado los cavernarios uribistas defienden a capa y espada la paz sepulcral de los ricos, y del otro, un titubeante respaldo a los acuerdos entre la cúpula de las FARC y el gobierno; un comodín que legalizó el despojo violento de las tierras de los campesinos y una estratagema de los imperialistas gringos, alcahueteados por los jefes de las FARC, para desarmar los espíritus y brazos de mucha gente que se embaucó en el pantano del reformismo armado, para después de empuñar las armas ver aterrizar a sus jefes en el establo del parlamento.

¿Existe alguna razón para suponer una verdadera paz con el gobierno del futuro presidente? De ninguna manera. Iván Duque —el títere de Uribe— tendrá que gobernar con las políticas de su mentor, las políticas de los asesinatos selectivos de líderes sociales y dirigentes sindicales, de las masacres paramilitares y de los falsos positivos, de las chuzadas y de las operaciones de bandera falsa, todos hechos cotidianos bajo los ocho años del régimen de Uribe. Por su parte, la otra cara de la moneda, Petro, se presenta a sí mismo como el defensor de la «verdadera paz», de la «paz con justicia social», toda una parafernalia para maquillar la cara horrenda del capitalismo salvaje, para hacerla en apariencia menos terrorífica, pero que en esencia sigue siendo la misma dictadura burguesa.

¿Cuál fue el tratamiento que dio Petro a las justas luchas de las masas en Bogotá desde la Alcaldía? La misma que Peñalosa, la de severo tratamiento militar con sus esbirros del ESMAD. Basta recordar su actuación en el paro campesino de 2013, en donde se atrevió a tildar de vándalos y títeres de la mafia a los beligerantes jóvenes que dieron ejemplo de heroísmo en su lucha en la plaza de Bolívar y en los barrios de la capital, mientras respaldó abiertamente la violencia de sus perros guardianes, que en esas jornadas cobraron varias vidas del pueblo; igual tratamiento dio a los frecuentes bloqueos del paupérrimo pero rentable negocio de Transmilenio, en donde nunca titubeó para enviar al ESMAD a repeler las protestas populares. Petro ha consagrado toda su vida a embellecer el Estado de los explotadores, a sus fuerzas armadas con la mentira de la «paz con justicia social». La Constitución del 91, de la cual se enorgullece tanto y por la que algunas guerrillas de la pequeña burguesía se desmovilizaron, entre ellas el M-19, no resultó ser sino una forma de perfeccionar el Estado de los explotadores, de mejorar los engranajes de la corrupción que hacen parte inevitable de la administración estatal burguesa, de reforzar las sanguinarias fuerzas militares y paramilitares reconociéndoles el monopolio de las armas y de la violencia. De los «miles de derechos y garantías constitucionales» de la Constitución del 91, no queda sino la letra muerta escrita sobre el papel, porque para las masas solo ha ocurrido un cambio pero en sentido regresivo: cada vez es peor su condición de vida y más insoportable su opresión.

¿Cuál es la contradicción entre Petro y Duque frente a la falsa paz firmada en los acuerdos? Solo secundaria. Petro repite que se necesita «paz con justicia social», quizás al estilo del 91, para de nuevo limpiar las lacras del capital y tratar de «humanizarlo». Por su parte Duque pide condenas severas a los jefes de las FARC en su inquisición contrainsurgente, pero en el punto cardinal de los acuerdos de paz, que giraron en torno a la legalización de las tierras arrebatadas a los campesinos por la fuerza para darle un nuevo impulso al desarrollo del capitalismo en el campo, existe pleno acuerdo. Basta mirar que el único resultado práctico de la política de restitución de tierras ha sido el asesinato de reclamantes de tierras y las ganancias para la mafia, los monopolios burgueses y terratenientes que ahora explotan esas tierras; frente a esa situación ninguno de los dos candidatos, ni Petro ni Duque se pueden exculpar ni desligar. Ahora los petristas y el partido rosadito de las FARC asustan con el coco de que si gana Duque los acuerdos de paz se destruirán, un sofisma mal elaborado y un consuelo de tontos porque ya los acuerdos de paz, bajo el gobierno de Santos, están hechos trizas (ver, El «acuerdo de paz» ya está «hecho trizas»).

Mientras los dos candidatos siguen hipócritamente hablando de paz hasta el hartazgo, de la paz burguesa y falsa para el pueblo, el reaccionario gobierno de Santos les hereda la adhesión de Colombia a la OTAN, un aparato militar internacional de los imperialistas gringos, sobre quién recae miles de muertes civiles en sus bombardeos e incursiones «humanitarias» en todo el mundo. El ingreso de Colombia a la OTAN, la compromete con los yanquis en la posible tercera guerra mundial y en una eventual agresión militar contra el hermano pueblo de Venezuela.

Es ilustrativo que a pesar del desarme de las FARC, Colombia sigue y seguirá siendo uno de países de América con los mayores gastos en el aparato militar y con las más grandes fuerzas militares que, dicho en palabras de una uribista recalcitrante, «no es una congregación de hermanitas de la caridad, sino una fuerza letal, una fuerza para matar…». Todo el mundo lo sabe, pero solo los revolucionarios denuncian que esa máquina de muerte sirve únicamente para defender los privilegios de los ricos holgazanes y ahora servirá como perro de presa de los yanquis y la OTAN. Los dos candidatos, incluso el de «izquierda», se hacen los locos frente a ese gigantesco aparato, solo necesario para aplastar a otros pueblos y ahogar en sangre y todo grito de rebeldía del pueblo colombiano.

Por su parte, los comunistas revolucionarios reconocen sin tapujos que la paz bajo el capitalismo es una ilusión, en donde las constantes guerras de los imperialistas son una necesidad para conquistar fuentes de materias primas, mercados y territorios ya repartidos, ahora con el peligro del estallido de una tercera guerra mundial. Los comunistas en Colombia reafirman con Mao Tse-tung: «Somos partidarios de la abolición de la guerra; no deseamos la guerra. Pero la guerra sólo se puede abolir mediante la guerra. Para acabar con los fusiles, se debe empuñar el fusil».

El proletariado revolucionario reconoce que la democracia bajo el capitalismo es solo para quienes detentan el poder económico; poder que en Colombia les pertenece a la burguesía y los terratenientes, en asocio con los imperialistas principalmente yanquis. Por lo tanto, para que exista una real democracia para el pueblo, afirman en palabras de Lenin: «La única garantía posible de democracia es un fusil en el hombro de cada obrero». Es decir, se plantean abolir la falsa y mutilada democracia burguesa. El Programa para la revolución en Colombia de la Unión Obrera Comunista (mlm) así lo sintetiza:

«La tarea inmediata de la Revolución Socialista en Colombia, es destruir el poder político de la burguesía, los terratenientes y los imperialistas. Destruir con la violencia revolucionaria de las masas, el Estado opresor y explotador, destruirlo con todo su ejército —militar y paramilitar—, con toda su policía, con todo su aparato gubernamental de politiqueros y funcionarios, con todos sus jueces y carceleros, con todos sus curas, brujos y pastores».

Solo de esa forma y de ninguna otra, será posible hablar de una verdadera paz para el pueblo y de una confiable democracia.

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