En los 100 Años de la Revolución de Octubre (V)

En los 100 Años de la Revolución de Octubre (V) 1

V – La Lucha por Formar un Partido Bolchevique

En una Conferencia ampliada de la redacción del periódico bolchevique «Proletari» («El Proletario»), convocada en 1909 para enjuiciar la conducta de los «otsovistas», se llegó a la decisión de expulsarlos del partido, ya que los bolcheviques declararon que no tenían la menor afinidad con estos. En aquella reunión también se consideró que tanto los liquidadores como los «otsovistas» no habían sido más que elementos pequeñoburgueses, circunstancialmente adheridos al proletariado y a su Partido y que, al llegar los momentos difíciles para el proletariado, se quitaron la careta y descubrieron su verdadera faz. Por su lado Trotsky, quien siempre había sido fiel a los oportunistas, apoyaba a los mencheviques liquidadores, fue precisamente por estos años cuando Lenin le llamó «el Judas Trotsky». Este “judas” organizó en Viena (Austria) un grupo de redacción y comenzó a editar un periódico que según él estaba «situado por encima de las fracciones», pero en realidad era un periódico menchevique. Lenin para aquel entonces escribió: «Trotsky se comporta como el más ruin arribista y fraccionista… Charla mucho del Partido, pero se conduce peor que todos los demás fraccionistas».

Más tarde, en 1912, Trotsky fue el organizador del Bloque de Agosto, que no era sino un bloque de todos los grupos y tendencias antibolcheviques contra Lenin y contra el Partido. A este bloque se unieron los liquidadores y los «otsovistas», demostrando con ello su afinidad. Trotsky y los Trotskystas adoptaban en todos los problemas fundamentales una posición liquidadora; sin embargo, disfrazaba su tendencia liquidadora con una actitud centrista, es decir, conciliadora, afirmando que él estaba al margen de los bolcheviques y de los mencheviques y luchaba por conciliarlos. Con este motivo, decía Lenin que Trotsky era más vil y más dañino que los liquidadores descarados, porque engañaba a los obreros, haciéndoles creer que estaba «por encima de las fracciones», cuando en realidad apoyaba con todas sus fuerzas a los liquidadores mencheviques, encabezando el grupo principal entre los fomentadores del centrismo en aquellos momentos de lucha de líneas al interior del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso.

Para contrarrestar el bloque antibolchevique de Agosto, del que formaban parte elementos hostiles al Partido, desde los liquidadores, centristas, «otsovistas» y hasta los «constructores de dios» ―elementos expulsados del Partido quienes pensaban que había que construir una nueva religión, una nueva fe, sobre la base del idealismo filosófico―, fue creado un bloque de partidarios del mantenimiento y fortalecimiento del Partido proletario clandestino. Este fue conformado por los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, y un pequeño número de mencheviques defensores del Partido, al frente de los cuales se hallaba Plejanov, aun con sus consideraciones erróneas sobre la revolución, este grupo de mencheviques se mantenía resueltamente al margen del Bloque de Agosto y de los liquidadores y pugnaban por llegar a un acuerdo con los bolcheviques. Lenin aceptó la propuesta de Plejanov y pactó un bloque temporal con él, contra los enemigos del Partido, teniendo en cuenta que este bloque era beneficioso para el Partido y funesto para los liquidadores.

Dentro del partido ya ningún bolchevique dudaba de que la convivencia con los mencheviques en un solo partido era algo inconcebible. La conducta traidora de los mencheviques durante el periodo de la reacción stolypiniana, sus intentos de liquidar el Partido proletario y de organizar uno nuevo, de tipo reformista, hacían inevitable la ruptura con estos. Salvar al Partido obrero requería expulsar los elementos dañinos, derrotar la ideología burguesa en su seno; pero para tal caso, no se trataba solamente de romper con los mencheviques y constituir un partido independiente, sino ante todo, de crear, rompiendo con los mencheviques, uno nuevo, un partido distinto de los socialdemócratas corrientes de los países occidentales, uno libre de elementos oportunistas y capaz de conducir al proletariado a la lucha por el Poder. Los partidos socialdemócratas de Occidente se habían convertido en un conglomerado de elementos marxistas y oportunistas, de amigos y enemigos de la revolución, con la peculiaridad de que esa unidad dentro de un mismo partido condujo a la bancarrota de los elementos revolucionarios.

Para aquella labor de preparación ideológica, política y organizativa, desempeñaron un papel decisivo trabajos de Lenin tales como «¿Qué hacer?», «Un paso adelante, dos pasos atrás», «Las dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática» y «Materialismo y Empiriocriticismo», entre otros. Con ello se desató una fuerte lucha de líneas que habría de dar sus frutos en la próxima conferencia del Partido, celebrada en Praga, en enero de 1912, donde participaron representantes de más de 20 organizaciones partidarias, lo cual le dio la connotación e importancia de un Congreso.

Mientras tanto, el zarismo que no ofrecía a las masas nada más allá que el látigo y la horca, no podía ser estable. La represión, a fuerza de prodigarse, acabó por no asustar al pueblo y aquel mismo año en que se expulsaron del partido a los oportunistas, el proletariado ruso recobró su fuerza combativa e inició un nuevo auge revolucionario del movimiento. El 4 de abril de 1912, en el curso de una huelga declarada en las minas de oro del Lena, en Siberia, las tropas, ejecutando órdenes de un oficial de la gendarmería zarista, hicieron fuego sobre los huelguistas y resultaron más de 500 obreros muertos y heridos. Esta matanza hecha en una masa de mineros inermes, que marchaban pacíficamente a tratar con la administración de las minas, llenó de indignación a todo el país. Las manifestaciones y mítines de masas se extendieron en Petersburgo, en Moscú y en todos los centros y regiones industriales. «Estábamos tan perplejos y tan conmovidos ―escribían en su resolución los obreros de un grupo de empresas― que no acertábamos a encontrar las palabras necesarias. Cualquier protesta que hubiésemos formulado habría sido una sombra débil de la indignación que hervía en el alma de cada de uno de nosotros. Pero nada vamos a remediar con lágrimas y con protestas; lo único que puede salvarnos es la lucha organizada de las masas».

En vano los liquidadores y los trotskystas habían pretendido enterrar la revolución. Los acontecimientos del Lena revelaban que las fuerzas revolucionarias estaban vivas, que en el seno de la clase obrera se había acumulado una masa formidable de energía revolucionaria. En las huelgas del Primero de Mayo de 1912 tomaron parte cerca de 400.000 obreros. Estas huelgas presentaban un carácter netamente político y se desarrollaron bajo las consignas revolucionarias bolcheviques: República democrática, jornada de 8 horas, confiscación de todas las tierras de los terratenientes. Estas consignas fundamentales estaban concebidas en el sentido de unir, bajo ellas, para el asalto revolucionario contra la autocracia, no sólo a las grandes masas obreras, sino también a los campesinos y a los soldados. Los liquidadores, alarmados ante el espíritu revolucionario de los obreros, se manifestaron en contra de la lucha huelguística, que ellos calificaban de «juego de azar huelguístico», queriendo sustituir la lucha revolucionaria del proletariado por una «campaña de peticiones». Se les proponía a los obreros firmar un papelito, una «petición», suplicando la concesión de «derechos» (la abolición de las restricciones del derecho de asociación y de huelga, etc.), para luego pasarlo a la Duma. Pero los liquidadores sólo lograron reunir al pie de su «petición» 1.300 firmas, mientras que en torno a las consignas revolucionarias lanzadas por los bolcheviques se agrupaban cientos de miles de obreros, el proletariado marchaba por el camino trazado por los bolcheviques. El auge del movimiento obrero y las huelgas de masas pusieron también en pie y arrastraron a la lucha a las masas campesinas, quienes volvieron a lanzarse a la lucha contra los terratenientes, destruyendo sus posesiones y las casas de los Kulaks, de 1910 a 1914 se llevaron a cabo más de 13.000 acciones campesinas. Comenzaron a producirse, también, manifestaciones revolucionarias entre los militares, en 1912 estalló una sublevación armada entre las tropas del Turquestán y se incubaban movimientos insurreccionales en la escuadra del Báltico y en Sebastopol.

En semejante situación, los bolcheviques idearon una nueva y poderosa arma de combate para fortalecer sus organizaciones y conquistar influencia entre las masas: El diario bolchevique «Pravda» («La Verdad»), que se editaba en Petersburgo y que había sido fundado, según las indicaciones de Lenin, por iniciativa de Stalin, Olminski y Poletaiev, fue un periódico obrero de masas, que nació con el nuevo auge del movimiento revolucionario. Su primer número vio la luz el 5 de mayo de 1912.

Antes de aparecer la «Pravda», se publicaba un semanario bolchevique con el título de «Sviesdá», destinado a los obreros más conscientes. «Sviesdá» desempeñó un importante papel durante las jornadas del Lena. En sus columnas vio la luz una serie de artículos políticos combativos de Lenin y Stalin, que movilizaron a la clase obrera para la lucha. Pero en las condiciones que creaba la marcha ascendente de la revolución, al Partido bolchevique no le bastaba ya con un periódico semanal, necesitaba un diario político, destinado a las grandes masas obreras. Y esto es lo que era la «Pravda». En dos años y medio, el gobierno zarista suspendió por ocho veces la publicación de la «Pravda», pero ésta, con el apoyo de los obreros, reaparecía siempre con un nuevo título semejante al prohibido, por ejemplo: «Por la Pravda», «El Camino de la Pravda», «La Pravda del Trabajador». La audacia de los bolcheviques en combinar trabajo legal con el clandestino daba sus frutos, mientras que la «Pravda» vendía, por término medio, 40.000 ejemplares diarios, la tirada del diario menchevique «Luch» («El Rayo») no pasaba de 15 a 16.000, los bolcheviques demostraban en la practica la razón de sus argumentos y la prensa fue decisiva para los siguientes periodos de lucha revolucionaria.

El 28 de julio de 1914 estalla la primera guerra mundial, la contradicción interimperialista se puso al orden del día, el zarismo, cumplió su papel lacayo y aliado del capital anglofrancés, declarándole la guerra a su rival imperialista, Alemania. En aquella guerra mundial ―salvaje, reaccionaria― por el reparto del mundo y sus mercados ya repartidos, se posibilitó que la cadena mundial imperialista se rompiera por su eslabón más débil, y preciso allí donde el proletariado era más fuerte y organizado: Rusia. El nuevo periodo de la revolución rusa, es el periodo de la toma del poder en medio de la primera guerra mundial.

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