A 46 años del golpe militar en Chile

A 46 años del golpe militar en Chile 1

El 11 de septiembre se cumplieron 46 años del golpe militar en Chile, dirigido por el asesino Augusto Pinochet en contra del gobierno de Salvador Allende. Esta experiencia histórica dejó grandes lecciones para el proletariado revolucionario y que deben ser comprendidas para no cometer errores que ya se cometieron en el pasado.

Salvador Allende llegó a la presidencia con la Unidad Popular por la vía electoral el 4 de noviembre de 1970 y fue derrocado violentamente el 11 de septiembre de 1973. Ese fue su cuarto intento por salir elegido como presidente de Chile y finalmente lo alcanzó con el 36,37% de votación frente al 34,40% que obtuvo su oponente inmediato. El 21 de mayo de 1971, Allende dio su primer mensaje al Congreso Pleno en el cual planteó muchas de sus ideas entre las cuales se destacan:

“…estoy seguro de que tendremos la energía y la capacidad necesarias para llevar adelante nuestro esfuerzo, modelando la primera sociedad socialista, edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario. (…) Las causas del atraso estuvieron –y están todavía– en el maridaje de las clases dominantes tradicionales con la subordinación externa y con la explotación clasista interna (…) nuestra tarea es definir y poner en práctica la vía chilena al socialismo, un modelo nuevo de Estado, de economía y de sociedad, centrado en el hombre, sus necesidades y sus aspiraciones. (…) Vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente desigual (…) En nombre de la reconstrucción socialista de la sociedad chilena, ganamos las elecciones presidenciales (…) Sabemos que cambiar el sistema capitalista, respetando la legalidad, institucionalidad y libertades políticas, exige adecuar nuestra acción en lo económico, político y social a ciertos límites”.

Evidentemente Allende evadió el problema central de toda revolución verdadera: el poder del Estado. Evadió la enseñanza histórica de que las relaciones sociales de explotación del hombre por el hombre, solo se pueden cambiar destruyendo todo el Poder político y económico de las clases explotadoras, y que ello solo es posible destruyendo el poder central del Estado, las fuerzas militares. Es decir, evadió la enseñanza de que la tarea primera de toda revolución proletaria es destruir la vieja máquina de dominación de la burguesía y los terratenientes y construir un nuevo tipo de Estado sustentado en el pueblo armado. Allende enseñó con su propia sangre que no es posible redistribuir la riqueza, ni hacer del sistema político algo más “democrático” y “pluralista” por medio del “voto popular” que otorga la democracia burguesa; enseñó dolorosamente que esa “vía chilena al socialismo” pregonada por él, era la vía de la masacre y el aplastamiento del pueblo por la bota militar.

Allende fue consecuente con sus ideas: nacionalizó la industria del cobre, materia prima pilar de la economía chilena y que en los años 70 representaba las tres cuartas partes de las exportaciones de ese país. En julio de 1971 nacionalizó todas las empresas que pertenecían a compañías imperialistas estadounidenses, lo que hizo que el presidente Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger, promovieran un boicot consistente en la negación de créditos externos y el embargo del cobre chileno, pues los principales afectados fueron las poderosas familias yanquis Rothschild y Rockefeller. Allende nacionalizó más de 400 compañías que aportaban el 60% del Producto Interno Bruto, incluida la banca. Llevó adelante una reforma agraria tomando elementos de los gobiernos anteriores que acabó con el latifundio. Para el día del golpe militar la Unidad Popular había expropiado 4400 predios agrícolas que sumaban más de 6,4 millones de hectáreas. En el terreno social hizo grandes reformas como por ejemplo la gratuidad de la universidad, sistema de becas para los niños indígenas, brindó alimentación a grandes capas de la población, aumentó las pensiones mínimas al doble de la inflación, implementó un sistema completo de centros de salud, entre otras.

Sin embargo, como bien se puede apreciar por su discurso ante el Congreso, su llamada “vía chilena al socialismo” consistía en la coexistencia pacífica con el capitalismo y el imperialismo, pues a pesar de las expropiaciones y nacionalizaciones, el poder de las clases dominantes no fue destruido en su totalidad, pero principalmente, confió en la institucionalidad del Estado burgués lo que incluyó a las fuerzas armadas, que son el pilar central sobre el que descansa el Estado de los ricos. Era tal la confianza en dicha institución que el 23 de agosto de 1973, Allende en reunión con el alto militar Carlos Prats González, nombró a Augusto Pinochet como comandante en jefe del Ejército, el mismo que el 11 de septiembre del mismo año comandaría el golpe de Estado en su contra, el cual fue financiado e ideado por los imperialistas estadounidenses en cabeza de la CIA, la burguesía y los terratenientes chilenos.

Ningún revolucionario debe dudar de las buenas intenciones de Salvador Allende, de su coraje y gallardía a la hora de enfrentar a los asesinos militares chilenos que finalmente impusieron su dictadura. Nadie debe dudar de la valentía de Allende representada en su decisión de quedarse a combatir contra las tropas comandadas por Pinochet, prefiriendo transmitir en vivo al pueblo chileno para alertarlo de la situación mientras disparaba contra sus enemigos en el Palacio de la Moneda, optando por inmolarse, antes que entregarse para pedir clemencia y perdón a los asesinos.

Sin embargo, de esa experiencia debe aprender el proletariado que si el pueblo en armas no defiende su poder, finalmente será derrotado por las clases enemigas. Desde la época de la Comuna de París, pasando por la URSS y la China Popular, se comprobó que solo el pueblo en armas puede conquistar y defender el socialismo y que cuando se profesionalizan las fuerzas armadas, haciendo de ellas cuerpos especiales privilegiados y separados de las masas, se empieza a cavar la tumba de la dictadura del proletariado. Además, nunca las urnas les han dado la libertad a los obreros y campesinos. Lo máximo que se obtiene por esa vía, son reformas y remiendos al sistema de opresión y explotación que sufren las grandes masas laboriosas. Oportunismo es la categoría política usada para definir aquellos partidos y jefes políticos que sacrifican los objetivos máximos del proletariado (destruir el poder del capital y construir el socialismo) por obtener conquistas pasajeras e inmediatas dentro del sistema de esclavitud moderna que es el capitalismo. Eso sucedió en Chile y mal haríamos en quedarnos en los lamentos por las grandes pérdidas que se tuvieron en dicha experiencia.

Es hora de no cometer los mismos errores, de aprender de la experiencia y avanzar en la construcción del Partido del proletariado en Colombia. Sin embargo, también se debe reconocer que en el país se han cometido errores parecidos a la experiencia chilena con Allende. Basta recordar el genocidio cometido contra la Unión Patriótica, brazo político de la guerrilla de las Farc, que con su táctica de “combinar todas las formas de lucha” legalizó una parte de sus fuerzas para participar en la democracia burguesa por medio del camino electoral. Así fue como consiguieron algunos puestos en el establo parlamentario y aspiraron a la presidencia del país. Sin embargo, la dictadura burguesa se impuso y cobró con la vida de miles de cuadros de dicha organización política ese error. Hoy nuevamente la Farc, partido político de los desmovilizados de esa guerrilla, es víctima del error político de entregar las armas para llegar al parlamento por medio de los votos y cientos de sus cuadros políticos son nuevamente masacrados por el gobierno de Duque-Uribe, asesinatos enmascarados con los nombres de “fuerzas oscuras”, “disidencias” o “bandas criminales”, cuando en realidad es el Estado de los ricos actuando a través de gatilleros pagados por los monopolios.

Ya se ha derramado bastante sangre y se han segado demasiadas vidas gracias al error de poner en práctica la táctica y la estrategia equivocadas. Es hora de tomar el camino revolucionario de la lucha directa de masas, de la construcción del partido político del proletariado que guíe las masas hacia su emancipación por medio de la violencia revolucionaria dirigida en contra de las clases enemigas a los obreros y campesinos que indiscutiblemente desembocará en la Guerra Popular tomando como forma de esta, una insurrección armada en las principales ciudades del país. Los comunistas revolucionarios queremos la paz, pero estamos seguros que ésta solo se conquistará después de expropiar a los expropiadores por medio de la revolución proletaria, pues la causa última de toda la violencia política y social es la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre que impide a los pueblos convivir en medio de la solidaridad y la cooperación entre la mayoría de la sociedad laboriosa.

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